No recuerdo como llegamos a contactar con Moncho. Todos lo conocíamos porque nadie en Ourense que estuviera interesado en la música desconocía a Almendra, el quinteto en el que Lusquiños tocaba el bajo y que se convertía en orquesta de verbena o grupo de jazz según la ocasión lo reclamara. Con el tiempo nos enteramos de que en realidad empezara tocando rock, como otros compañeros de generación, y que decidió ser músico cuando realmente era difícil hacerlo, en la larga noche de los años 70, cuando para comprarse una Gibson Les Paul había que largarse a hacer la vendimia a Francia, por ejemplo. No estaba bien visto desviarse del camino marcado, y todos los que en esta ciudad hemos llegado detrás tenemos mucho que agradecerle, a él y a todos los que lo acompañaron en esa apuesta. Luego supimos que en aquellos años prefería a Page sobre Blackmore, y que incluso llegó a interpretar con uno de sus grupos una versión de nada menos que “In Memory Of Elizabeth Reed” de los Allman Brothers (esto no lo contaba él. sino un admirado espectador que fue testigo).
Cuando empezamos a tratar con él también nos confesó su gusto por Pretenders y Prince, algo poco común en el elitista mundillo del jazz ourensano. Este bagaje rockero debió ser el que nos hizo congeniar con el desde el primer momento. Si no, hubiera sido inexplicable que cuando grabamos la primera maqueta con Viernes y Los Robinsones no nos pusiera más que facilidades, a nosotros unos ex aspirantes a punk rockers que despertábamos más risas que otra cosa entre la vieja generación de músicos de la ciudad. El caso es que tras aquella primeriza grabación, en un Revox de cuatro pistas que tenía la orquesta para la que curraba de técnico de sonido (¿en el barrio de Covadonga? La memoria falla veintipico años después), acudimos a él para sustituir a Dofo en nuestro viaje a Francia, que nuestro Javier andaba en exámenes o algo así. Y allá se vino, poniendo su guitarra y su barba en los conciertos bretones. Seguro que apreció la oportunidad del viaje, pero también aprovechó para recordar sus años mozos y hacer que su Gibson echara humo a la mínima ocasión. Los Robinsones no duraron mucho más, pero al poco tiempo se inauguró el Taller Municipal de Música Xoven de Ourense, aquel maravilloso invento que, si no recuerdo mal, puso en marcha Abel Rubio en su época de concejal, y alguien tuvo la feliz idea de colocar a Moncho como técnico y encargado del asunto. Supongo que le quedarían buenos recuerdos de su paso por Los Robinsones, porque, ya reconvertidos en Cosecha Roja, nos escogió de conejillos de indias para inaugurar el estudio. Volveríamos muchas veces a lo largo de los años, de hecho el noventa y mucho por ciento de las grabaciones de Cosecha Roja allí tuvieron lugar. Nunca tuvimos un problema con él, ambas partes estábamos muy a gusto juntas, e incluso aprovechábamos los días de feria para interrumpir las grabaciones a base de pulpo y vino. Ya que estábamos en el Campo da Feira...
Las fotos que acompañan estas líneas están sacadas por Mani Moretón, uno de sus grandes amigos, en el concierto homenaje que se le tributó al año de su muerte. La Danelectro azul brillante que toqué ese día me la prestó allí mismo Rober, otro histórico músico local que incluso llegó a tocar en la última época de Última Fila, y que formaba parte de Puerto Escondido, el grupo que Moncho había formado con su mujer Thelma. Desgraciadamente, Rober también moriría no mucho tiempo después. Muertes jóvenes, cercanas, lo peor que nos ha pasado en todos estos años de música. Vaya por ellos.
Carlos Rego, agosto 2009
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